Casas en el camino

En sentido vertical, el edificio realiza una “danza de los siete velos”. En efecto, conforme asciende la fachada va perdiendo pieles; abajo, costeros de mármol enseñando la huella de las brocas, primer estadio en la manufactura de la piedra; a continuación, piedra aserrada, pulida en los zaguanes; enfoscado liso más arriba; una vez arrancado este, aparece una superficie rugosa pintada, para luego enseñar el hueso: alero de hormigón; tejas en movimiento ascendente y deslizante y, por último, aluminio minionda brillante. Recorrido desde la expresión de la defensa frente al extraño en el zócalo, hasta el “solo para sus ojos” del aluminio que ha de ser limpiado a mano y, por tanto, “acariciado”.

En sentido horizontal, el edificio se orienta de izquierda a derecha, dejando tras de sí una estela: el jardín, y construyendo una punta de flecha: el alero que protege el dormitorio de la madre, motor de la operación de “refundación familiar” que esta obra supone para ellas. En medio, una serie de ventanas correderas se mueven proponiendo distintas disposiciones que modifican la lectura de la fachada, desde situaciones más dinámicas al absoluto estatismo cuando están cerradas. Afectados por este guirigay, los huecos excavados de los patios pierden algo su verticalidad...

En el interior en cada una de las casas nos espera el mismo vestíbulo; conforme nos adentramos, lo específico de cada uno de los programas provoca la diversificación espacial hasta alcanzar el ático, desde cuyo balcón recortado en la sección podemos, por fin, mirar hacia el paisaje lejano.