Jesús de los Ojos Moral

Los mecanismos de proyecto generados en las aulas perfilando las ideas de los alumnos han evolucionado en el estudio y más tarde han tomado forma siguiendo la tutela de un proyecto fin de carrera o han quedado reflejados en las trazas de un concurso. Sin embargo, las direcciones de entrada y salida de este hilo en continuo movimiento han fluctuado a lo largo del tiempo, creándose una urdimbre vital en la que los límites del profesor, proyectista, diseñador o investigador han quedado difuminados por completo. Desde el principio he entendido el trabajo en el estudio como un laboratorio de ideas, un think tank diario en el que poder no solo avanzar mis propias intuiciones sino también probar nuevas herramientas.  He tratado de desterrar el miedo al papel en blanco diseñando fórmulas con las que activar la curiosidad y la reflexión personal del alumno, para apartar la apatía, el aburrimiento y la ansiedad de las primeras fases del proyecto. He procurado inculcar la pasión por proyectar, por descubrir y por investigar, sin renunciar al compromiso que como arquitectos tenemos con nuestro entorno, esforzándome en transmitir valores cívicos, sociales, éticos y ecológicos.

Al mismo tiempo, como profesor de proyectos me he podido beneficiar de la dinámica de creación y pensamiento crítico que se genera en una escuela de arquitectura. El aula se ha extendido en muchas ocasiones hacia la biblioteca o la sala de profesores en un afán por descubrir otros planteamientos con los que poder actualizar constantemente mis propios procesos proyectuales. Mi investigación personal nace, por tanto, en el aula y se desarrolla en el estudio. La construcción de un mundo propio de referencias e intereses, mi imaginario de obras y autores, surge a partir de las reflexiones en clase, se estructura en los cursos de proyectos, crece en los viajes y se sedimenta en un proceso lento y fructífero de conversaciones, discusiones y debates con los compañeros. La necesidad de conocimiento es mi reacción inmediata a la carencia de respuestas ante la complejidad de la cultura contemporánea. En gran medida el proceso de introducción de preguntas con las que pretendo activar la curiosidad del alumno en las diferentes fases de trabajo en el aula, es similar a la táctica que utilizo cuando me enfrento a un proyecto o a un concurso: poner todo lo establecido en tela de juicio, investigar el lugar desde todas las  variables posibles analizando los diferentes sistemas que lo afectan, desmembrar los programas tratando de componer una nueva narración de acontecimientos más acorde a los requerimientos de la sociedad, introducir factores complementarios para estudiar su influencia sobre el conjunto y por último no dar nada por sentado de manera apriorística planteando los proyectos como estrategias abiertas acumulativas más que como realidades estables desde su inicio.

El proyecto contemporáneo ha de trabajar ineludiblemente con la complejidad. No es tanto que los programas a los que nos enfrentamos sean cada vez más complejos, es que nuestra vida diaria y nuestra cultura tienden a generar sistemas superpuestos de variables cambiantes e impredecibles que impiden un acceso nítido y directo a la resolución del problema. Y es la necesidad de resolver esas ecuaciones complejas, de crear estrategias que permitan generar narraciones coherentes, de construir diagramas con los que transitar en la intrincada deriva contemporánea, la que se encuentra en el origen de muchos de nuestros proyectos.