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Luis Barragán
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Luis Barragán (1902-1988) nació en Guadalajara, México. Se formó profesionalmente en ingeniería, obteniendo su título a los veintitrés años. Sus habilidades arquitectónicas las aprendió por sí mismo. En la década de 1920, viajó extensamente por Francia y España, y en 1931 vivió en París durante un tiempo, asistiendo a las conferencias de Le Corbusier. Su estancia en Europa y, posteriormente, en Marruecos estimuló su interés por la arquitectura autóctona del norte de África y el Mediterráneo, que relacionó con la construcción en su propio país.
A fines de la década de 1920, se asoció con un movimiento conocido como la Escuela Tapatía o la Escuela de Guadalajara, que defendía una teoría de la arquitectura dedicada a la adherencia vigorosa a las tradiciones regionales. Su práctica arquitectónica se basó en Guadalajara desde 1927 hasta 1936, cuando se trasladó a Ciudad de México, donde permaneció hasta su muerte. Su trabajo se ha clasificado como minimalista, no obstante, es opulento en color y textura. Planos puros, ya sean paredes de estuco, adobe, madera o incluso agua, son sus elementos compositivos, todos interactuando con la naturaleza.
Barragán se definía a sí mismo como arquitecto paisajista, y escribió en el libro «Contemporary Architects» (Muriel Emanuel (ed.) publicado por St. Martins Press, 1980): «Creo que los arquitectos deben diseñar jardines que se usen, tanto como las casas que construyen, para desarrollar el sentido de la belleza y el gusto y la inclinación hacia las bellas artes y otros valores espirituales». Asimismo, dijo textualmente: «Cualquier obra de arquitectura que no exprese serenidad es un error».
Barragán era un hombre religioso y tanto él como su obra se han descrito como «místicos», además de serenos. Su capilla para las Capuchinas Sacramentarias es una evidencia de ambas cualidades. Debido a su interés por los caballos, diseñó muchos establos, fuentes y abrevaderos que manifiestan muchas de estas cualidades.
Barragán ha tenido una profunda influencia no solo en tres generaciones de arquitectos mexicanos, sino en muchas más en todo el mundo. Cuando aceptó el Premio Pritzker de arquitectura dijo: «Es imposible entender el arte y la gloria de su historia sin reconocer la espiritualidad religiosa y las raíces míticas que nos conducen a la razón misma de ser del fenómeno artístico. Sin ninguna de las dos no existirían las pirámides egipcias, ni las del antiguo México. ¿Habrían existido los templos griegos y las catedrales góticas?»
Asimismo, calificó de «alarmante» que las publicaciones dedicadas a la arquitectura parecían haber desterrado las palabras «belleza, inspiración, magia, hechizo, encanto, así como los conceptos de serenidad, silencio, intimidad y asombro». Se disculpó por no haber hecho justicia a estos conceptos, pero dijo que «nunca han dejado de ser mis referentes». Al cerrar su discurso, habló del arte de ver. «Es esencial para un arquitecto saber cómo ver, ver de tal manera que la visión no esté abrumada por el análisis racional».
Honramos a Luis Barragán por su compromiso con la arquitectura como un acto sublime de la imaginación poética. Ha creado jardines, plazas y fuentes de inquietante belleza, paisajes metafísicos para la meditación y la compañía.
Una aceptación estoica de la soledad como destino del hombre impregna la obra de Barragán. Su soledad es cósmica, con México como morada temporal que acepta con amor. Es para la mayor gloria de esta casa terrenal el que haya creado jardines donde el hombre puede encontrar la paz consigo mismo, y una capilla donde sus pasiones y deseos pueden ser perdonados y su fe proclamada. El jardín es el mito del Principio y la capilla el del Fin. Para Barragán, la arquitectura es la forma que el hombre le da a su vida entre ambos extremos.
+info:
https://www.pritzkerprize.com/laureates/1980